Cantaban a favor de la victoria de Ucrania en la guerra… y entonces cayó un cohete ruso
La muerte llegó desde el cielo azul de repente como suele ahora ocurrir en Ucrania. En agosto pasado, un cohete ruso impactó contra la tierra matando a dos jóvenes que estaban sentadas en el banco de un parque a la sombra de una iglesia.
Se llamaban Kristina Spitsyna y Svitlana Siemieikina y son parte de los más de 10.000 civiles que han perdido la vida desde la invasión a gran escala de Rusia a Ucrania en febrero de 2022.
La ONU cree que el número real de hombres, mujeres y niños muertos es «considerablemente mayor».
La guerra de Rusia es una constante. El horror se ha vuelto familiar.
Muchas de las muertes no se informan en detalle. Pero aquí, queremos contar la historia de las vidas, en especial de los últimos instantes, de estas dos jóvenes muertas por la guerra.
La historia de Svitlana y Kristina
Cuando la brisa susurra entre los árboles, Halyna Spitsyna siente que es la presencia de su hija, Kristina.
«El viento sopla y pienso que es el alma de tu hija que me abraza», dice.
Luego se inclina para poner crisantemos amarillos en un florero sobre la tumba de Kristina.
Su hija, una joven y prometedora cantante, dio su último respiro en agosto. Lo hizo junto a su mejor amiga Svitlana. Ahora ambas están enterradas, una al lado de la otra, en un cementerio.
Las tumbas gemelas son una explosión de color, con coronas apiladas, recubiertas con banderas ucranianas azules y amarillas. Las tumbas de estas dos chicas destacan del resto.
Es como si la juventud y el talento que se han llevado llamaran la atención.
Kristina y Svitlana se conocieron en tiempos de guerra, unidas por el amor a la música y a Ucrania, y formaron un dúo llamado Similar Girls.
Cantaban en bodas y transmitían en directo recitales que daban en la calle, a través de su canal de Telegram, por medio del cual recaudan fondos tanto para soldados como para civiles.
El 9 de agosto fueron a cantar a la salida de un supermercado, en una concurrida calle de Zaporizhzhia, su ciudad natal. Svitlana, de 18 años, tocaba la guitarra, y Kristina, de 21, cantaba.
La actuación –que fue grabada con un teléfono– es conmovedora. Las imágenes muestran a Kristina, en pantalones cortos con el pelo largo y rubio, y a Svitlana, guitarra en mano, en jeans, llenas de vida.
«Nuestra última canción será para toda la gente y para los defensores de Jersón», dice Kristina y elige una conocida canción ucraniana titulada Winning The War.
Bajo el cielo azul en los rayos de la verdad
Con el sol amarillo en mi hombro
Escribimos libros para el futuro
Cómo ganaremos la guerra
Esa canción se convirtió en su réquiem. Veinte minutos más tarde, las chicas murieron en el parque infantil de la esquina donde habían ido a descansar.
Estaban a 300 metros de la calle principal.
El recuerdo de sus padres
Halyna, de 43 años, está atormentada por la pérdida de Kristina.
También por una serie de preguntas sin respuesta que la angustian: ¿Y si las jovencitas no hubieran ido al parque infantil? ¿Y si se hubieran quedado en la calle? ¿Cómo puedo seguir viviendo ahora?
«No sabes qué planes hacer por la mañana», dice Halyna con el rostro húmedo por las lágrimas. «A veces sonríes pero luego recuerdas que ella ya no puede sonreír. Es como si estuvieras muerta, pero puedes hablar».
Halyna se disculpa por mostrarse desbordada.
El ataque con cohetes que mató a las niñas resonó en toda la ciudad. El padre de Svitlana, Yurii Siemieikin, lo escuchó desde su casa y saltó directamente a su auto.
«Sabía que estaban en algún lugar de ese distrito. La policía me dejó pasar y vi lo que vi: Svitlana estaba tirada delante de mío«, dice Yurii señalando el suelo con las manos mientras se le escapan las palabras.
Está sentado a la sombra de un castaño, con su esposa Anna y Sasha, su hija de 12 años, a su lado. El jardín de la familia es un universo de dolor.
«¿Cómo es posible que en el siglo XXI se haga algo así, completamente sin provocación?», se pregunta Yurii, de 41 años, un empleado del ferrocarril.
Los rusos, dice, nunca serán perdonados. «Esto perdurará por generaciones. Nuestros bisnietos recordarán todo lo que han hecho aquí y siguen haciendo», afirma.
Yurii habla despacio, en voz baja, como si contener su dolor le estuviera consumiendo cada gramo de energía.
A Svitlana, que le gustaba la música desde niña. Escribía sus propias canciones, le encantaba el K-pop y estudiaba varios idiomas.
«Ella está conmigo»
En la modesta casa de la familia, su dormitorio está tal como lo dejó: con sus pósters de Nirvana y AC/DC en la pared. La guitarra sigue sobre su cama, como si algún día pudiera volver.
Ahora es el turno de Sasha.
«Ella me enseñó», dice Sasha. «Al principio era difícil y no me gustaba. Ahora quiero seguir tocando. Ella quería que todo el mundo fuera feliz y sin guerras. Quería hacer todo lo que estuviera a su alcance con su música».
Sasha habla tranquilamente de misiles y bombardeos aéreos que ahora son el pan de cada día en su infancia ucraniana. El asesinato de su hermana ha cambiado su cálculo del riesgo de una forma inesperada.
«Empecé a prestar menos atención al peligro», dice con naturalidad. «Vivo en mi propio mundo. Ahora me siento más segura porque siento que Sveta [Svitlana] está siempre conmigo».
Una foto enmarcada de Svitlana está pegada a la cruz de su tumba. La foto de Kristina está al lado, en la otra tumba. En las imágenes se miran la una a la otra, ambas eternamente jóvenes.
Ucrania está perdiendo a algunas de sus mejores y más brillantes talentos, dentro y fuera del campo de batalla. Entre los muertos hay actores, artistas, bailarines de ballet, estrellas del deporte y voces del futuro como Kristina y Svitlana.
Cuando estalló la guerra, Halyna le sugirió a las niñas que se marcharan. Ellas se negaron. Dice que querían seguir cantando, para levantar el ánimo de la gente.
Halyna no solo lamenta cada día la pérdida de su hija sino la de su país.
«Están muriendo jóvenes con mucho talento y ambición. Si no tenemos hijos, ¿qué futuro tiene el país? No sólo nos afecta a nosotros. Puede destruir Ucrania».
Halyna dice que cuando Kristina empezó a actuar -a los cinco años- «entró en escena como una estrella. No tenía miedo al escenario. Para ella, cantar era vital».
Imaginaba que su hija sería famosa por su voz aunque no por su muerte.
Ellas, junto a muchos otros jóvenes, están llenando tumbas prematuras a Ucrania.