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La tragedia del Jet Set: Dolor nacional

Parece que, en ocasiones, Dios escoge a ciertas personas para atravesar los golpes más duros de la vida. Lo digo con conocimiento de causa. He vivido pérdidas profundas, pero ninguna tan desgarradora como la que sufrí en medio de la pandemia del COVID-19, cuando la distancia y las restricciones me arrebataron la posibilidad de despedirme de una hija en Nueva York. No pude estar presente en sus funerales. No pude abrazar a sus hijos hasta casi un año después.

Es un dolor inmenso, que aún no encuentra consuelo. Comparto este testimonio, porque lamentablemente, hoy son cientos las familias dominicanas que enfrentan una situación igual o peor tras la tragedia ocurrida en la discoteca Jet Set.

A lo largo de la historia, el ser humano ha buscado espacios para distraerse, celebrar y, en muchas ocasiones, simplemente aliviar el alma. Incluso un lunes por la noche, como sucedió en esta ocasión.
Lo que nadie imaginó fue que un lugar icónico, distinguido y con décadas de historia como Jet Set, ocultara fallas estructurales que terminarían por cobrarse la vida de 225 personas —en su mayoría jóvenes— y dejaran a cientos más con heridas físicas y emocionales. Hoy, la República Dominicana entera está de luto. Porque todos, de una forma u otra, tenemos algún familiar, amigo o conocido afectado
por esta tragedia.

En mi caso personal, el dolor es aún más cercano. Uno de los fallecidos es Eduardo Guarionex Estrella, hijo de mi entrañable amigo Eduardo Estrella, con cuya familia me une un vínculo de toda la vida. También lloramos la pérdida de figuras queridas como los peloteros Octavio Dotel y Tony Blanco, así como de Nelsy Cruz, hermana del reconocido beisbolista Nelson Cruz.

Por compromisos de salud fuera del país, no pude estar presente para acompañar a sus seres queridos. Otro gran dolor que llevo en el alma.

Quiero resaltar la actitud del presidente de la República, Luis Abinader, quien con altura y sensibilidad declaró días de duelo oficial en todo el territorio nacional, mostrando un profundo respeto y solidaridad con las víctimas y sus familias.

Sin embargo, no podemos seguir reaccionando después de la tragedia. En nuestra sociedad, muchas veces se conocen los riesgos, se alertan las fallas, y aún así, se permite que el tiempo y la indiferencia hagan su trabajo hasta que la desgracia toca la puerta.

Este doloroso episodio debe marcar un antes y un después. Las autoridades y la ciudadanía debemos empoderarnos, actuar con responsabilidad y exigir que se cumplan las normas. Muchas veces, los problemas tienen soluciones simples, si se enfrentan con voluntad y a tiempo.

Hoy solo nos queda orar por cada persona que sufre en carne viva la pérdida o lesión de alguien querido. Que la Divina Providencia, con su infinita misericordia, les otorgue fortaleza, serenidad y consuelo.
Y que podamos confiar en nuestra Justicia, que —una vez reciba los informes técnicos del colapso— actúe con firmeza, sin miedo ni favoritismos, para que tragedias como estas no se repitan jamás.

Por: Héctor García
hectorgarciasr@gmail.com

Redacción - ACN

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