EL MUNDO

"Si la gente supiera lo que África perdió con Europa, la retórica antimigratoria no sería tan atractiva"

Una reina astuta camina entre la diplomacia y la guerra y se mantiene en el poder por décadas. Una familia alemana pide perdón por el genocidio cometido por sus ancestros. Una militante feminista se enfrenta al hombre más poderoso del país y paga con su vida. Un presidente rechaza la ayuda del FMI porque piensa que «los que te alimentan te controlan…»

Todas estas historias tienen algo en común, ocurrieron en África, y es muy posible que si creciste en América Latina, jamás hayas escuchado hablar de ellas.

Pero no es un vacío exclusivo de nuestra región.

A pesar del estrecho vínculo que tienen con el continente africano, hasta hace poco Astrid Madimba y Chinny Ukata tampoco las conocían.

Astrid nació en la República Democrática del Congo y creció en Devon, Reino Unido. Para ella, la historia de África se redujo durante su eduación a algunas clases sobre el Antiguo Egipto y algunos datos del tráfico intercontinental de esclavos.

Un día, visitando una exposición sobre la historia africana a través del arte en el museo londinense Victoria & Albert, se dio cuenta de lo poco que sabía de la tierra donde nació.

Cuando se lo dijo a su amiga Chinny, nacida en Reino Unido de padres nigerianos, Chinny prendió su computadora y le respondió: «¿Qué vamos a hacer al respecto?».

Así nació en el año 2020, pocos días antes de que la pandemia de covid paralizara al mundo, It’s a continent (Es un continente), un podcast que intenta -en sus propias palabras- «desentrañar la historia de África, un país a la vez» para romper esa idea de África como una entidad monolítica, sin tradiciones e identidades diversas.

El podcast se transformó en 2022 en un libro homónimo que llevará a Astrid y Chinny, por primera vez a Latinoamérica, donde participarán del Hay Festival Arequipa que tendrá lugar entre el 7 y el 10 de noviembre.

Entre el colonizador y el colonizado

«Habiendo crecido en Reino Unido, nosotras sentimos que las clases de Historia en este país no cubren mucho lo que pasó durante la época del Imperio Británico, cuyas consecuencias llegan hasta hoy. Entonces tratamos de aprender lo que no nos habían enseñado», le dice Chinny a BBC Mundo en un café del barrio londinense de Paddington.

«Y tratamos de presentar esa información de una forma que funcionara para nosotros, porque a veces la Historia puede ser un poco abrumadora. Pero no sabíamos siquiera por dónde empezar», añade Astrid, que está sentada a su lado.

Las dos se habían conocido tiempo atrás en una pasantía donde eran las únicas dos mujeres negras. Esa primera complicidad pronto daría lugar a muchas más similitudes entre ambas, entre ellas, su amor por los podcast.

Entonces, hicieron juntas un curso de producción de podcast en el diario británico The Guardian y en marzo de 2020 lanzaron el primer capítulo, «La guerra civil en Nigeria».

En el prólogo del libro, Chinny -que se identifica como británica nigeriana- cuenta cómo ya desde ese primer podcast intentó entender el rol de Reino Unido en la situación actual del país de sus ancestros (Nigeria fue una excolonia inglesa) que obligó a sus padres y a muchas otras familias a emigrar.

«Somos británicas porque crecimos aquí pero no tengo problema en criticar todo lo que hizo Gran Bretaña», le dice Chinny a BBC Mundo.

«Pero también criticamos lo que han hecho algunos países africanos», agrega Astrid, que se define como británica congolesa

Las prácticas más nefastas del colonialismo y también a su continuación por parte de algunos líderes africanos son, de hecho, una constante en el trabajo que hacen. Las han englobado en dos grandes temáticas: «El instructivo del colonizador» y «El manual del déspota».

1. El instructivo del colonizador

«Es curioso porque -sea Francia, Gran Bretaña u otro de los grandes colonizadores- todos hacen básicamente lo mismo», afirma Chinny.

Es un patrón que tiene un momento cúlmine en la Conferencia de Berlín (1884-1885) en la que las potencias europeas se dividieron el continente.

En un mapa de fronteras rectas y artificiales, juntaron pueblos y etnias diferentes en un mismo territorio, utilizaron la religión como «instrumento civilizador» y enfrentaron comunidades entre sí para poder explotar los recursos naturales de esas regiones.

Pero en ocasiones ese catálogo de abusos coloniales se supera incluso a sí mismo y se producen atrocidades como las causadas por los hombres del rey Leopoldo en el Congo Belga (retratadas en novelas como «En el corazón de las tinieblas» de Joseph Conrad o «El sueño del celta» de Mario Vargas Llosa).

Menos conocido es el genocidio cometido por Alemania en Namibia, más de 30 años antes del Holocausto nazi, al que Chinny y Astrid le dedican un capítulo en su libro.

Entre 1904 y 1907, los colonos alemanes -liderados por el comandante Lothar von Trotha- asesinaron, torturaron y dejaron morir de hambre a miles de hombres de las etnias herero y namaqua en campos de concentración que luego -con variaciones- se utilizarían contra judíos, gitanos, homosexuales y soldados enemigos durante el nazismo.

«Tragedias similares a las que ocurrieron en Europa ocurrieron en África, por eso no entiendo por qué es tan difícil hablar de lo que ocurrió en ese continente», señala Chinny.

Mientras las Naciones Unidas reconocieron lo ocurrido como un genocidio en 1985, Alemania no lo hizo hasta 2016. En 2007, sin embargo, la familia Von Trotha aceptó una invitación de jefes tribales herero y viajaron a la región de Omaruru para pedir disculpas.

«¿Puedes imaginarte hacer algo tan horrible que tus descendientes tengan que pedir perdón por tus acciones 100 años después?», se preguntan -en letra cursiva- Chinny y Astrid en su libro.

Los líderes asesinados

La cursiva sirve para expresar en el texto el asombro, la indignación o la tristeza que Astrid y Chinny sienten al contar África, y que en el podcast es más sencillo dilucidar gracias a los tonos de voz, la entonación y hasta los silencios.

BBC Mundo les preguntó qué historias les habían causado más sorpresa o interrogantes al momento de investigar el continente africano.

Una pregunta que les surgió -admiten- es qué hubiera pasado si tras la independencia de las naciones africanas los poderes coloniales hubieran dejado gobernar a líderes como Patrice Lumumba o Thomas Sankara, que fueron salvajemente asesinados.

«Las potencias colonizadoras trataron de seguir manteniendo el control; el caso de Lumumba es claro», explica Astrid.

Patrice Lumumba luchó por la independencia de la República Democrática del Congo del poder colonial belga, que finalmente llegaría en 1960, el año en el que 17 naciones africanas se independizaron.

Pero siete meses después de la independencia y su designación como primer ministro del país, el 17 de enero de 1961, fue fusilado y su cuerpo disuelto en ácido con la venia de funcionarios belgas (también estaba en la mira de la Agencia Central de Inteligencia de EE.UU., CIA).

El caso de Thomas Sankara, quien también fue asesinado, es diferente porque él logró gobernar su país, Burkina Faso, por al menos cuatro años (1983-1987), en los que combatió la influencia extranjera e intentó que su nación fuera autosuficiente.

Sankara llegó al poder tras un golpe de Estado con una ideología anticolonial y panafricanista que lo llevó a rechazar la influencia del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial.

«El que te alimenta, te controla», decía el líder militar, quien adoptó una vida austera, rechazó que su retrato fuera expuesto en lugares públicos y cambió la lujosa flota de autos oficiales por el modelo Renault 5, el más barato del país.

«Sus posesiones eran cuatro bicicletas, tres guitarras, un refrigerador y un freezer roto», escriben Chinny y Astrid sobre él, y añaden: «Se adjudicó un salario equivalente a 450 dólares, lo que lo convirtió en el presidente más pobre del mundo» (apodo que años después se le aplicaría al uruguayo José «Pepe» Mujica).

Sankara fue, además, uno de los primeros líderes africanos en hablar de los derechos de las mujeres, fue felicitado por la Organización Mundial de la Salud por sus programas masivos de vacunación y combatió la desertificación; aunque durante su mandato también prohibió sindicatos y partidos políticos, y se produjeron ejecuciones extrajudiciales.

Otro golpe de Estado terminó con su gobierno y con su vida. Su cuerpo fue cortado en pedazos y dejado en una tumba improvisada.

Su sucesor, Blaise Campaoré, a poco de iniciado su gobierno, tomó un crédito masivo con el FMI.

2. El manual del déspota

Pero no todos los líderes acabaron como Lumumba y Sankara.

Astrid y Chinny destacan -también en cursiva- la frase con que termina el capítulo dedicado a Robert Mugabe (el hombre que gobernó Zimbabue durante 37 años, de 1980 a 2017), que siembra dudas sobre las trayectorias de algunos de los presidentes africanos tras la decolonización:

«Tú mueres como un héroe o vives lo suficiente para verte a ti mismo convertirte en villano».

Mugabe comenzó su carrera como el gran luchador de la independencia, enfrentando a la minoría blanca de su país, llamado en ese entonces Rhodesia, y luego se perpetuó en el poder desplegando todo el aparato represivo del Estado.

«Muchos de estos territorios fueron forzados a creer en el concepto de ser un país y los líderes de la descolonización tuvieron que partir de ahí sin tener tan claro cómo se mantenía a esa gente junta», le dice Astrid a BBC Mundo.

«Varios de estos déspotas repitieron lo que habían visto hacer a los colonizadores y adoptaron algunos de esos comportamientos», agrega.

«Algunos han copiado el menosprecio por sus propios pueblos, ese creerse dueños del país. Es muy triste», prosigue Chinny.

«Además son naciones muy jóvenes. Nigeria celebró 64 años de independencia. Esa es la edad de mis padres. Esto es muy reciente. Ahí también radica parte de la inestabilidad», reflexiona.

La hija del Nilo

Otro aspecto que sorprendió a las dos investigadoras fue el rol de las mujeres en las luchas por la independencia y el posterior desarrollo de sus países.

«Mira la historia de la ecoactivista Wangari Muta Maathai en Kenia que terminó siendo la primera africana en ganar el Premio Nobel de la Paz (en 2004)», dice Astrid.

«Al ver a esas mujeres pienso en mí, a los 6 o 7 años, cuando no tenía en realidad ejemplos o modelos de mujeres en mi herencia africana. Y esas son las historias que yo quiero contar», señala.

Wangari se enfrentó al serio problema de deforestación en su país que comenzó con la explotación de los recursos naturales de Kenia por parte del poder colonial británico.

Su iniciativa de plantar árboles y empoderar a las comunidades fue considerado una amenaza por el presidente keniata Daniel Arap Mol y ella sufrió arrestos, amenazas y golpizas, hasta que su lucha le ganó un puesto en el gobierno local y el reconocimiento internacional.

Como escriben Astrid y Chinny, «los países de Occidente no tienen la patente sobre el feminismo; dentro del continente africano surgieron muchos movimientos feministas con varios intereses sociales».

Uno de los más interesantes ocurrió en Egipto, donde nació en 1908 Doria Shafik cuando su país estaba bajo la influencia británica.

Adelantada a su tiempo, Shafik estudió Filosofía en París. Su primer acto político ocurrió a mediados de la década del 30 cuando se convirtió en la primera mujer musulmana en participar del concurso de belleza Miss Egipto, donde solo concursaban egipcias descendientes de europeos o pertenecientes a la comunidad cristiana de los coptos.

En 1945 creó la revista Bint al-Nil (Hija del Nilo), que pronto se convertiría en un partido político para mujeres.

«Aquí en Egipto nuestra amarga lucha no es contra el juego o el alcohol, sino en defensa de la joven que quiere entrar a la academia de Ingeniería o Agricultura, la mujer educada que quiere participar en la vida pública o que quiere ejercer el derecho constitucional al voto», escribió en 1948.

Su lucha logró que el 16 de enero de 1956 se aprobara el voto femenino, pero sus huelgas de hambre contra el gobierno la llevaron a enfrentarse al hombre más poderoso de Egipto (y del norte de África), Gamal Abdel Nasser.

Shafik fue puesta bajo arresto domiciliario y el presidente Nasser prohibió la mención de su nombre en la prensa. La activista pasó 18 años en esta situación hasta que el 20 de septiembre de 1975 murió al arrojarse por el balcón de su departamento en El Cairo.

Reina, diplomática y héroe militar

Cuando BBC Mundo les pregunta qué personaje histórico querrían haber conocido personalmente, tanto Astrid como Chinny coinciden en una mujer: la reina Nzinga de los reinos de Ndongo y Matamba.

Llamada por la autoras «la protectora de Angola», Nzinga es una suerte de ídola por su habilidad para moverse en los vericuetos del poder.

«Mientras resistía la colonización portuguesa, ella jugó sus cartas de una forma muy inteligente», recuerda Chinny.

Nacida alrededor de 1583, hija del rey Ngola Kiluanji de Ndongo, esta mujer fue una astuta diplomática que no dudó en convertirse en líder militar -era muy hábil con las armas- para enfrentar al poder colonial por décadas.

Pero también aprendió la lengua portuguesa, aceptó ser bautizada (con el nombre de Dona Anna de Souza) y no dudó en explotar las rivalidades coloniales buscando una alianza con los holandeses.

«Es un personaje muy difícil de descifrar», dice Astrid.

«Cuando hacíamos la investigación veíamos que todo lo que hizo podía ser interpretado de muchas maneras. Pero sería genial poder sentarse con ella y entender qué pasaba en esos países antes de la colonización, porque la descolonización es muy reciente pero tenemos una gran Historia que se remonta mucho tiempo atrás», indica.

Estas historias que rescatan Chinny y Astrid no solo son un viaje al pasado sino elementos clave para entender fenómenos actuales como la migración africana a Europa (en el Reino Unido, una antigua ministra del Interior -Suella Braverman- llegó incluso a hablar de «invasión de la costa sur» del país).

A esto, las autoras responden en el prólogo de su libro:

«Supongamos que el público en general supiera todo lo que el continente africano perdió con Europa. Si ese fuera el caso, dudo de que la retórica antimigratoria sería tan atractiva».


Redacción - ACN

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