"Sobreviví al 11-S porque llegué más tarde a trabajar a las Torres Gemelas. Y a veces me siento culpable"
Una pequeña llave de bronce, una tarjeta de acceso electrónico, un celular Nokia.
Estos son algunos de los objetos que hace 20 años eran parte de la vida cotidiana del colombo-alemán Hans Gernot Schenk, que hoy tiene 53 años.
Son recuerdos de aquel 11 de septiembre de 2001, el día del ataque a las Torres Gemelas donde perdió algunos amigos y en el que algunos de sus sueños literalmente se desplomaron.
Hans llevaba trabajando más de un año en las Torres Gemelas, en el World Trade Center (WTC), en Nueva York, cuando dos aviones se estrellaron contra los emblemáticos edificios durante una serie de ataques coordinados del grupo extremista islámico al Qaeda.
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Ese día llegó un poco más tarde que algunos de sus colegas y probablemente por eso se salvó. Pero los ataques marcaron su vida.
Este es el recuerdo en primera persona que tiene del 11-S, de los siguientes días y una reflexión sobre el accidente de sobrevivir.
Una cena que cambió mi vida
Pocos días antes del 11 de septiembre, mi empresa nos había mandado un comunicado que nos llamaba la atención sobre los retrasos y nos pedía llegar como tarde a las 9 am.
Aunque llegué a tiempo ese día, el hecho de no dormir en mi casa la noche anterior cambió mi destino. Tal vez causó que yo llegara al trabajo unos 10 minutos más tarde de lo que hubiera llegado normalmente.
Analizo el tiempo, los minutos y los choques y sé que eso tuvo un impacto en el desenlace para cada uno.
Hoy, cada año que pasa, cada 11 de septiembre, la persona con la que estaba saliendo en ese momento me manda un mensaje y me saluda porque él entiende que es precisamente el hecho de que hayamos salido a cenar y hayamos estado juntos esa noche lo que hizo que yo no llegara más temprano a la oficina.
Es una conexión que se ha mantenido todos estos años, aunque no nos vimos por muchos años después del 11 de septiembre de 2001.
Fue hasta 2012 o 2013 que nos reunimos y pudimos hablar de lo que pasó.
El 11 de septiembre
Ese día me levanto muy temprano porque antes de ir a la oficina debía ir a mi casa a cambiarme. Me baño, me visto, me voy rápido al metro. Pienso sorprendido: «Guau, voy a llegar a tiempo, más temprano de lo regular».
Al llegar, me bajo del tren. Camino por debajo de las torres, donde había un centro comercial con un restaurante al que iba a almorzar siempre.
Calculo que estaría a unos 25 metros de las puertas giratorias para entrar al lobby del edificio de la Torre 1, donde yo trabajaba, la Torre Norte, y en ese momento veo a la gente en pánico corriendo hacia mí.
Lo que más me impactó fue ver a las mujeres con sus vestidos y con sus carteras corriendo. La imagen es muy fuerte. Pensé que algo muy grave tuvo que haber sucedido para que la gente corriera de esa manera.
Entonces, en ese instante, yo busco la calle.
No puedo recordar exactamente cuánto tiempo pasó. Al salir miro hacia arriba y veo el humo. Es un humo negro. Sin embargo, como es tan alto, no entiendo la dimensión de lo que estoy viendo.
No me imaginé mucho. No tuve mucho tiempo para pensar.
Me quedo ahí de pie, mirando hacia arriba, exactamente entre en las torres. La gente empieza a salir y la plaza se empieza a llenar.
Un avión sobre mi cabeza
Estuve revisando los mapas y ahora, tantos años después, entiendo que yo no estaba parado donde siempre pensé que estaba parado.
La referencia me la da que yo no veo al segundo avión estrellarse, simplemente veo la explosión que sale del otro lado del edificio y que me coge completamente desprevenido.
Esa explosión pasa encima de mi cabeza.
Hay una nube negra y roja gigantesca. Empieza a volar de todo: muchos papeles y cosas, muchas cosas.
Es tanto lo que cae, tanto lo que se ve, el impacto es tan grande, la explosión es tan fuerte y el ruido es tan retumbante que mi única reacción inmediata es de supervivencia, de cubrirme la cabeza y correr.
Y entonces corro alejándome de ahí, entro por unas escaleras que debían estar muy cerca a uno de los metros debajo de las torres.
Estoy en tal estado de alerta que bajo a una velocidad absurda y sin pensarlo, salto la máquina por donde se pasa la tarjeta para entrar al metro. Parecía un gimnasta profesional. Es algo que se me quedó en la mente siempre.
Llego a la plataforma del metro y me sorprendo al ver que estaba vacía. Sólo hay una señora.
Ella me pregunta qué pasó y yo le digo que no salga a la calle, porque hay bombas.
Dentro del metro parece que la gente no sabe qué sucede afuera. No comento nada, sólo estoy en ese estado de alerta inmenso en el que no puedo pensar.
Decido bajarme un par de estaciones más adelante, en Canal Street.
La gente está entrando al tren en masa. Tengo que esquivar a las personas para poder salir del tren, de la plataforma y de la estación.
Pensaba salir, pero veo a la gente entrando en tal cantidad que obviamente me detengo.
Veo a dos niñas jóvenes, debían tener menos de veinte años. Están llorando. Les pregunto qué pasó y una de ellas me dice que se acaban de estrellar unos aviones contra las Torres Gemelas.
A pesar de haber visto la explosión y huir del lugar, yo quedo completamente sorprendido porque no lo puedo entender.
«¿Qué tipo de aviones?», les pregunto. Ellas responden que eran aviones comerciales, «de pasajeros». Al oír esto, me devuelvo, no salgo a la calle. Me monto en otro metro y me voy a mi casa.
Empiezo a marcar en mi celular a la gente que conozco en mi oficina. No los localizo, el teléfono está muerto. No hay manera de hacer ninguna llamada.
Un mal chiste
Cuando llego a mi casa, mi compañero de apartamento está viendo la televisión y se sorprende al verme. Nos quedamos los dos pegados al televisor, de pie, en shock.
Un par de minutos más tarde se desploma la primera torre.
Esta fue la segunda torre impactada. No era mi edificio, sino la Torre 2. Es extremadamente chocante e impactante para mí.
Mi compañero de casa me dice «yo me voy de acá» y me invita a irme con él.
A los pocos minutos se desploma la segunda torre.
Vi las dos derrumbarse en vivo en televisión.
No puedo considerar la idea de irme, ni la idea de la pérdida de todo, de la oficina, del trabajo.
Mi compañero me hace un chiste después de que se derrumban la torres: «Bueno, ya no tienes que volver a tu trabajo. Tú igual no estabas tan contento».
Es una situación surreal. Se me quedó en la memoria para siempre.
Después de eso ya no salgo en el resto del día, me quedo en el apartamento viendo la televisión.
Mis pensamientos van a cosas tan simples como mi escritorio, el espacio donde yo trabajaba, donde yo me sentaba. Ya no existe. No sabía qué había pasado con mis colegas. No pude comunicarme con nadie.
Oficina 3271, Torre Norte
Yo trabajaba para una empresa alemana de logística internacional.
Había estudiado Geografía Humana, Economía y Logística en Alemania y además hablaba alemán, inglés y español, así que logré conseguir una práctica con ellos mientras estudiaba en la Universidad de Nueva York.
Al terminar, me ofrecieron un trabajo en el World Trade Center como gerente de ventas regionales en Nueva York.
¡No lo podía creer! Estaba extasiado. Desde pequeño amé esas torres porque me encantan los rascacielos. Cuando era niño, las miraba, las buscaba, veía fascinado las fotos de «las torres más altas del mundo».
Había salido de Colombia para ir a estudiar a Alemania y por fin había llegado a Nueva York, la ciudad en la que yo más quería vivir. Era un sueño.
En las Torres Gemelas había oficinas muy grandes, con 200, 300 empleados que ocupaban varios pisos. La nuestra era relativamente pequeña comparada con otras del World Trade Center. Éramos unas 25 personas.
La oficina era en el piso 32. Era la 3271. Todavía tengo la tarjeta con la dirección.
Era una típica oficina de Nueva York. No era nada lujosa, pero estaba bien.
Hice varias amistades. Salíamos juntos, íbamos de happy hour, salíamos a almorzar o íbamos al Windows of the World, que quedaba en los pisos 106 y 107 de la Torre 1.
Recuerdo que frecuentemente nos hacían ejercicios de evacuación esporádicos. Esto lo implementaron a raíz del ataque al World Trade Center en 1993.
El simulacro pasaba de repente. A todos nos daba un poco de pereza. Nos tocaba dejar el computador y lo que estuviéramos haciendo y hacer una fila en el pasillo, al lado del muro de la escalera, pero en esos simulacros nunca llegamos a bajar por las escaleras, que eran muy estrechas.
En 2001 sólo habían pasado ocho años desde esa bomba del año 93 y esa consciencia de que podía haber un atentado existía, por eso pensé «fueron bombas» cuando vi la exposición.
El día después
El siguiente día fue también surreal.
Me desperté, me bañé, y pensé: «¿Qué hago?» Realmente no sabía qué hacer, tenía la duda de salir o quedarme. Pero al final salí.
El día estaba tan bonito y soleado como el día anterior. Sé que había humo, pero el viento lo desvió en otra dirección así que por mi casa no se veía.
Eran las 9 am o 10 am. La ciudad estaba completamente desierta. Decidí ir a donar sangre a un lugar que quedaba a unas cuadras de mi casa. Al llegar, leí las reglas. No pude donar sangre porque soy gay.
Decidí entonces irme caminando hacia las torres para entender qué pasó.
Caminé cerca de cuarenta cuadras desde la calle 57. Recuerdo que bajé, bajé y bajé.
Llegué a Canal Street. Ahí ya estaban las barricadas de la policía. No se podía pasar.
No sé si era el humo o el polvo, pero no se podía ver mucho. Había un ambiente completamente gris.
No podía llamar a nadie, todavía no funcionaban los teléfonos. Caminé entonces a la casa de una gran amiga. Llego, timbro, subo, y pues obviamente la alegría de verme, de vernos.
Inga y Eddie
Los siguientes días no son muy claros para mí.
En el fin de semana, algunos de los de la oficina logramos entrar en contacto.
La información que llega es de reunirnos en la oficina que está cerca del aeropuerto JFK. Todos nos saludamos, nos fijamos quiénes llegan y nos damos cuenta de que faltan dos personas.
Una de ellas fue mi jefa cuando hice mi práctica y fue quien me entrenó. Se llamaba Ingeborg Joseph. Le decíamos Inga.
Era muy muy particular y divertida; su escritorio estaba lleno de carpetas. Era muy linda persona. Me tenía mucho cariño.
Inga sobrevivió el 11 de septiembre, pero sufrió quemaduras y estuvo en un hospital por varias semanas hasta que falleció.
Entiendo que probablemente estaba en el lobby llegando, es decir, varios metros delante de mí, frente al ascensor, cuando el primer avión se estrella. La explosión entra por los túneles de los ascensores y estalla en el lobby del edificio.
Por eso, precisamente, cuando yo estoy entrando al edificio, sale la gente en pánico corriendo.
Nunca pudimos visitarla en el hospital. No nos dejaron.
El otro colega que murió fue Eddie Reyes, un puertorriqueño. Llevaba dos semanas en la empresa. Encontraron su identificación en uno de los elevadores.
Mi vida después del 11-S
El 11 de septiembre movió los cimientos de lo que era mi vida y lo que tal vez hubiera podido ser.
Mi ciudad favorita era Nueva York. Mis edificios favoritos eran las Torres Gemelas. Yo quería quedarme en Nueva York, quería vivir esa experiencia, continuarla. Pero la empresa para la que yo trabajaba manejó la situación de una manera muy extraña.
Los ejecutivos de la empresa, incluido el presidente, no entendieron el impacto porque ellos no estaban en Nueva York el día de los atentados.
La directriz fue continuar haciendo negocios como si no hubiera pasado nada. La empresa no entendió el shock en el que estábamos ni el duelo.
En noviembre de ese año renuncié y en diciembre de 2001 regresé a vivir a Alemania.
No soportaba los fuegos pirotécnicos, ni los aviones, ni los carros
Recuerdo muy bien el Año Nuevo, la celebración fue muy extraña. Fuimos con amigos a ver los fuegos pirotécnicos en Berlín. Mi sensación fue tan horrible que no se lo comenté a nadie, pero solo escuchar las explosiones de la pólvora era tan fuerte que no podía siquiera mirar hacia arriba. Me causaba shock y me estremecía.
Fue la primera vez que noté que tenía un efecto a nivel psicológico y físico muy fuerte después de los atentados.
Algo más que noté fueron los nervios y la tensión cuando montaba en avión. Un vuelo transatlántico era una tortura.
Montarme en un carro, de copiloto, también se volvió muy estresante, frenaba constantemente por el conductor.
En octubre de 2002 viajé a Nueva York por mi cumpleaños. Fue un mes muy frío, me dio una gripa muy, muy fuerte, como jamás me había dado. Y cuando regresé a Berlín, se me disparó un episodio de soriasis, una condición autoinmune que no sabía que tenía.
Prácticamente todo mi cuerpo menos mis manos y mi cara se llenó de lesiones. Era impresionante. Sin duda había una relación psicológica con los eventos del 11 de septiembre. Este tipo de condiciones autoinmunes se pueden disparar por estrés cuando se bajan las defensas.
Fue una época terrible para mí, tenía un trabajo nuevo en una empresa que resultó caótica y ese episodio de soriasis tan extremo, así que decidí renunciar.
Creo que me di cuenta de que no había procesado lo que había pasado en 2001.
Empezó el documental y me lancé al piso del teatro
En uno de los muchos esfuerzos por entender, veía los documentales sobre el 11-S que iban apareciendo.
En 2004, cuando vivía en Río de Janeiro, Brasil, decidí ir a cine solo a ver Fahrenheit 9/11 [el documental de Michael Moore].
Había una sola persona que estaba sentada a veinte filas delante de mí. Yo me senté en una de las filas de atrás, cercana a la pared final.
No estaba estresado ni intranquilo; estaba completamente desprevenido y no me di cuenta de que la película ya había comenzado porque la pantalla estaba en negro con unos ruidos de fondo.
Era una grabación con audios del 11 de septiembre.
Al escuchar el sonido correspondiente al choque del segundo avión, yo, literalmente me lancé al suelo entre las sillas del teatro.
Es la explosión que yo viví ese día entre las torres.
Creo que mi cerebro debió reconocer esa explosión a un nivel que yo mismo no tengo conciencia, porque el hecho de que yo me haya tirado al suelo de esta manera, sin racionalizar, en una fracción de un milisegundo, tuvo que haber sido una regresión.
Culpa del sobreviviente
El tema de la culpa es muy fuerte. Yo me siento afortunado, pero a veces me siento culpable porque a pesar de haber vivido unas experiencias tan complicadas, tan difíciles, la vida me da regalos y continúa presentándome oportunidades.
Tengo momentos de extrema felicidad, de agradecimiento y de optimismo. Y a veces siento que no es justo. ¿Por qué yo sí y por qué otros no?
Nota: esta historia fue publicada en BBC en 2001