“El Catire Páez”, el héroe de Venezuela al que un esclavo le dio “la más extraordinaria de las educaciones”
“Catire Páez, traiga un camazo de agua y venga a lavarme las patas”, ordenaba Manuelote desde una hamaca en la que se acostaba al terminar la jornada en la hacienda.
El joven aprendiz cumplía la orden “diligentemente”: llevaba el recipiente -que se hacía con un fruto llamado camacero- y le aseaba los pies.
El gran escritor Arturo Uslar Pietri contaba que, aunque José Antonio Páez tenía el cabello negro, “como era de complexión sanguínea y rojizo de color, le llamaban el Catire”, palabra que en Venezuela describe a los rubios.
El que llegaría a convertirse en un héroe de la independencia y tres veces presidente de Venezuela, se preparaba en aquella época para ser un peón.
El enfrentamiento con unos bandidos, en el que uno de ellos murió, lo había obligado a adentrarse en los llanos hasta llegar al Hato de la Calzada.
“El fugitivo adolescente va a recibir allí la más extraordinaria de las educaciones con un maestro muy curioso, esclavo de la familia Pulido, que era el encargado del hato (hacienda) y a quien se conocía con el nombre del ‘Zambo Manuelote’”, indicó Uslar Pietri.
Pero sus enseñanzas y métodos fueron duros.
Tan duros que, en esas vueltas de la vida, cuando años después Páez, convertido en un reconocido general, vio entre unos prisioneros a su excapataz, Manuelote tuvo miedo.
Por 29 años, Uslar Pietri le habló a los venezolanos de historia y de sus protagonistas en un programa de televisión llamado “Valores humanos”.
Ese contenido se transformó en una obra impresa y es en el tomo II que encontramos una muy breve biografía del prócer.
Así, el historiador narraba que antes de que saliera el sol, “Manuelote hacía subir al joven Páez a un caballo cerrero sin preguntarle si sabía montar o no, el muchacho asustado, se fue convirtiendo a la fuerza, en un jinete extraordinario”.
“Otro día, a la orilla de un río infestado de caimanes, le decía: ‘tírese al agua’; el muchacho objetaba: ‘yo no sé nadar’ y la respuesta estupenda de Manuelote era: ‘yo no le pregunto si sabe nadar, sino que le digo que se tire al agua’ y Páez se tiraba”.
En sus propias palabras
Sobre su origen humilde, Páez dejó testimonio, como lo refleja una semblanza de la Real Academia de la Historia de España.
“El 13 de junio de 1790 nací en una muy modesta casita a orillas del riachuelo Curpa”, en la provincia de Barinas.
“Nuestra fortuna era escasísima”, escribió.
A los ocho años, su madre lo envió a la escuela de otro pueblo, donde aprendió “los primeros rudimentos de una enseñanza demasiado circunscrita”.
Pero su cuñado lo sacó para que lo ayudara en una tienda de víveres y a sembrar cacao.
Después llegaría la experiencia en la hacienda, en donde consiguió ascender y convertirse en comerciante de ganado.
Al darse la revolución del 19 de abril de 1810, considerada el inicio del proceso independentista de Venezuela, el fervor libertario empezó a recorrer todo el territorio.
Y, con 20 años, Páez se unió, junto a otros peones, a la lucha contra los españoles.
El encuentro
Se convirtió en un lancero extraordinario, en el jefe, el “taita”, de los llaneros.
Y fue allí, en el Llano, donde en 1818 se encontró con Simón Bolívar, “con aquel hombre que era el polo opuesto suyo, pequeño, débil físicamente, un habitante de las ciudades”, contaba Uslar Pietri.
Reconoció que Bolívar representaba “algo” que estaba “por encima de él” y no dudó en prestarle sus servicios en el campo de batalla.
Campaña tras campaña, Páez mostró su poderío físico.
Cuando vio a Manuelote entre unos prisioneros capturados, “el zambo estaba muy temeroso de lo que su antiguo peón pudiera hacer para cobrarse todas aquellas barrabasadas que le había hecho” en su adolescencia.
En cambio, “lo recibió cariñosamente, le dijo que acaso él no hubiera llegado a ser el general Páez si no hubiera sido por la dura escuela del zambo, le dio dinero y le despachó para su pueblo”.
Páez se convirtió en una figura militar épica, que se consolidó en la batalla decisiva para la independencia: la de Carabobo, el 24 de junio de 1821.
En el mismo campo, Bolívar lo hizo General en Jefe y (junto al Libertador) entró por primera vez a Caracas.
La transformación
Páez pasó por una transformación impresionante.
“Él mismo cuenta más tarde en su autobiografía que la primera vez que vio comer con tenedor y cuchillo fue a los oficiales ingleses en la campaña de los Llanos”, recordaba Uslar Pietri.
El historiador Luis Alberto Buttó, profesor de la Universidad Simón Bolívar, explica que esa transformación solo fue posible gracias al impacto que la guerra de independencia tuvo en el orden social.
“El aseguramiento por las armas de la ruptura con el imperio español solo pudo materializarse en la medida en que los sectores populares del momento apoyaron la causa independentista, buscando, la mayoría de ellos, precisamente, mecanismos para el ascenso social”, le indica a BBC Mundo.
“Hombres destacados de esta clase, caso de Páez, se ganaron su puesto en la historia con el arrojo que pusieron con las armas para materializar el triunfo de la causa independentista y, dado el indiscutible papel de liderazgo que jugaron en este sentido, fueron ampliamente recompensados mediante la Ley de Haberes Militares de 1824”.
Esa ley les otorgó enormes extensiones de tierra y “los convirtió, por dicha condición de terratenientes, en miembros de la oligarquía dominante del país que iniciaba su tránsito independiente”.
La controversia
Después de la Batalla de Carabobo, el proyecto de Bolívar se enfocó en el sur, en expandir la guerra de independencia a los territorios de los actuales Ecuador y Perú, recuerda la historiadora y autora Inés Quintero.
“Eso colocó a Páez en una posición de mucha relevancia en Venezuela”, le dice a BBC Mundo.
Se hizo inevitable su entrada en el ámbito de la política para ayudar en «la conducción de los destinos del país».
Así, cuestionó el poder centralizado de Bogotá durante la Gran Colombia, el preciado y ambicioso proyecto geopolítico de Bolívar nacido en 1819.
Es en ese contexto que Buttó ubica el momento culminante en la vida de Paéz como personaje histórico: “Puso en juego y riesgo todo su liderazgo político y militar para apuntalar el proceso” de desprender a Venezuela de la Gran Colombia.
Pero, como señala Quintero, mientras “hay quienes creen que él representó los intereses de varios sectores de la realidad venezolana que no concordaban con la unión colombiana, hay otros que consideran que Páez traicionó a Bolívar”.
“Esa última mirada se construyó durante los siglos XIX y XX, muy unida al culto a Bolívar, es decir, que el fracaso de la unidad colombiana, lejos de interpretarse como un proceso histórico que no terminó de cuajar y que tuvo muchas dificultades, se ha personalizado adjudicándole la derrota de ese proyecto a Páez”.
“Eso ha hecho que se desvalorice y no se coloque en su justa dimensión lo que significó Páez a partir de 1830”, cuando Venezuela se separó de la Gran Colombia.
Por “lo hecho y alcanzado” en ese periodo, es que Buttó opina que “sin duda alguna, José Antonio Páez puede considerarse como el verdadero padre de lo que en concreto resultó ser la nación venezolana”.
El estadista
Se trató de un proceso extraordinario que dejó ver al Páez estadista.
“Logra convocar a distintos actores, políticos, intelectuales, militares para sumar voluntades y echar a andar aquel proyecto de país que había quedado desmantelado después de la guerra de independencia”, relata Quintero.
“Se empezó por organizar la hacienda pública, hacer un mapa, atender la educación, la salud, ponerle contención a los militares, promover la libertad de expresión, la libertad de cultos”.
El escritor e historiador Edgardo Mondolfi Gudat halla en la autobiografía de Páez lo que terminó siendo su legado: “Haber impulsado la idea de un república, separada de Colombia, capaz de reconstruirse sobre los escombros de la guerra”.
“El segundo volumen nos lleva, como venezolanos, a superar el sentimiento de culpa y el complejo de inferioridad por la supuesta idea de haber dejado en el camino la voz orientadora de Bolívar”.
Lo cierto es que Páez lideró en sus primeras presidencias (1830-34 y 1839-43) a “un elenco que se propuso un proyecto de país inserto en el discurso de lo que podía verse como la modernidad”.
Páez promovió, por ejemplo, la creación de colegios nacionales y la Biblioteca Nacional, la construcción de vías de transporte que “favorecerían la idea de una economía exportadora”, la inmigración.
El exilio
Años después, cuando Páez ya no se encontraba en el poder, la convulsión política se desató en el país. Corría 1848.
Salió en defensa de la Constitución, pero resultó no solo derrotado, sino injuriado. Lo llamaron traidor y hasta lo despojaron de sus grados militares, como recordaba Uslar Pietri:
“Esta situación le llena de amargura. Considera que se ha sido ingrato con él. Pasa por varias prisiones y luego lo destierran”.
Se fue a Estados Unidos, donde fue recibido con homenajes.
Volvió a Venezuela cuando tenía 70 años, en 1859, año en que empieza la Guerra Federal.
Intentó ayudar a restituir la paz, pero fue percibido como alguien que ya no tenía nada que ver con la realidad venezolana, que había pasado mucho tiempo fuera.
“Regresa a hacer valer su prestigio pasado y eso, políticamente, no surte ningún efecto”, indica la historiadora Quintero.
Fue entonces cuando se dio su tercera presidencia (1861-63), la única en la que no fue electo y en la que ejerció poderes dictatoriales.
“La suerte de mi patria”
Fracasó en su intento de restituir el orden y se fue de Venezuela, pobre.
Viajó por varios países hispanoamericanos, donde le rindieron tributos, y se radicó en Estados Unidos.
Una mañana de 1873, salió a montar caballo por Central Park como solía hacer, pero agarró un resfriado que, con las semanas, se agravó.
Pocos días antes de cumplir los 83 años, murió en una modesta casa.
Buttó señala que “seguramente, en su fuero interno, los últimos días de la existencia física del Centauro de los llanos, debieron debatirse entre el hecho de estar radicado en la poderosa nación del norte de América donde, según lo escrito en su autobiografía, estaba ‘resuelto a pasar el resto de mis días’.
“Y la añoranza por su terruño, pues, como dijo en una de sus últimas cartas, ‘la suerte de mi patria me es de mayor interés que la misma mía’”.